En mi niñez fui católico, pero durante la adolescencia, tras desencantarme con la institución eclesiástica, abracé el deísmo. Durante cuatro años representé en España a la Unión Mundial de Deístas, empeñado en demostrar la falsedad de todas las religiones reveladas. En ese período, estudié el Tao Te Ching, gran parte del Libro de Mormón y fragmentos del Corán, identificando en ellos rasgos de fantasía, literatura superficial y planteamientos filosóficos endebles.
A los dieciocho años descubrí el cristianismo, influenciado en parte por José González, anciano de los Testigos de Jehová, y principalmente por Antonio Gascón, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Fue a través del estudio con él que me convencí racionalmente de la veracidad de la Biblia, basándome en el cumplimiento de numerosas profecías y en las palabras de nuestro Salvador, que quedaron grabadas en mi corazón. Intenté seguir con mi vida secular durante tres meses, pero finalmente regresé a la iglesia adventista, dedicando un año al estudio semanal de las Escrituras bajo su guía.
En ese mismo período, mi madre se convirtió a los Testigos de Jehová, lo que dio inicio a una constante disputa entre nosotros, cada uno defendiendo su interpretación de la verdad. Tras cinco años de alejarme de la iglesia adventista —debido a conflictos personales entre la fe y el mundo secular—, regresé en 2020, afectado por el aislamiento social (incapaz de relacionarme o asistir a eventos durante meses) y el acoso de la administración pública (que me obligó a abandonar el salvamento deportivo, disciplina en la que competía, y a perder el año académico por el chantaje de la vacunación).
Jaime Sánchez González
En aquella soledad y angustia, volví a Cristo con el firme propósito de bautizarme y estudiar teología. Sin embargo, los debates con mi madre persistieron, y al descubrir inconsistencias en la doctrina adventista sobre la distinción entre ley moral y ley ceremonial, elevé una oración desgarrada a Dios. Fue entonces cuando Él me reveló la verdad sobre la Ley y la identidad del pueblo elegido: el Israel bíblico. Sumado a mi desacuerdo con la doctrina de la Trinidad, abandoné definitivamente la iglesia al percibir indiferencia en sus miembros ante mis interrogantes.
Mantuve mi relación con Dios en soledad durante meses, pero la presión del aislamiento me llevó a reanudar contactos sociales con personas ajenas a la fe, alejándome nuevamente del Salvador.
Hace tres años conocí a mi esposa, cuyo amor por Dios reavivó mi devoción. Finalmente, la inestabilidad laboral por guardar el Shabbat —ya que a veces empezaba a trabajar en empleos no compatibles con los mandamientos— y el anhelo de volver continuamente a Su Palabra y obedecer Sus mandamientos, mantuvieron una pérdida de enfoque profesional. Ahora, después de toda esa lucha a lo largo de mi vida, he consagrado mi vida irrevocablemente al Señor. Dispuesto a trabajar y sacrificarme por Su obra, acepto que me aguarden dolor o incluso la muerte, pero jamás renunciaré a mi Salvador, quien murió en la cruz por mí, siendo yo pecador y Él perfecto y noble de corazón.
Este proyecto nació tras un análisis exhaustivo del movimiento de raíces hebreas y las disidencias adventistas, al comprobar que nadie esta interesa genuinamente en organizar la predicación el Evangelio y apoyar a los elegidos conforme a la Sola Scriptura, sin contaminarse con intereses políticos o económicos.